sábado, 15 de diciembre de 2012

Las calles de mi infancia

 Asombra descubrir como un espacio tan reducido como esta calle que veis puede contener tanta vida, tantas experiencias. Es la calle donde pase mi infancia, entre esas fachadas que casi se tocan pero que sin embargo  me dejaban absoluta libertad. Al fondo aparece el mirador que fue abierto no hace muchos años. Recuerdo que en mi infancia ese lugar estaba ocupado por una simple tapia en cuya parte inferior se abría un escueto agujero negro que permitía el discurrir del agua los días de lluvia. En noches de un negro absoluto me asaltaba el miedo a tener que pasar frente a esa tapia.
Esta vista es desde el ángulo opuesto. No sé por que razón pero  se me ha quedado grabada la época en la que una gran zanja atravesaba el centro de la calle. Para mí y mis amigos era  una posibilidad más de disfrutar, otra aventura que vivir en ese microcosmos que constituía El portillo.

 Los gatos campan a sus anchas por las calles. Se pasean con su andar perezoso exhibiendo una calma envidiable. Por esta calle bajaban las cabras que al asustarse se introdujeron en la despensa de mi casa.
 Esta es la imagen que guardo del mirador de toda la vida. Sé que actualmente está en obras, no sé que me encontraré cuando llegue, pero de lo que estoy seguro es que esa antigua verja de hierros oxidados por cuyos huecos asomabamos la cabeza para ver el abismo siempre formará parte de mis lugares predilectos.

El patio de mi casa es particular

 Estas son las magníficas vistas que ofrece el patio de la casa de mi abuela en Liétor. Al fondo majestuosa se aprecia La Ombría que a lo largo de los años ha sido testigo silencioso de los avatares de mi vida.
El patio ha sido siempre el epicentro de la vida familiar. Sobre todo en el verano donde casi todas las actividades tenía lugar al aire libre. Por mi mente fluyen conversaciones, el olor del café, el constante deambular de los pequeños de un lado al otro.

 
 
 

martes, 11 de diciembre de 2012

Descubriendo Liétor

La espera anhelante




 Dentro de pocos días tendrá lugar la presentación del libro en Liétor. Como podéis imaginar supone un momento muy especial para mí y todos los que participan de este proyecto. La sensación es la de conseguir cerrar el círculo que se inició hace ahora casi un año. Muchos de vosotros ya habéis leído el libro y habéis compartido las experiencias de Mauricio Astana. Curiosamente muchos me habéis comentado que os recuerda vuestra infancia, que os ha traido un mar de recuerdos agradables. Es difícil contener en una historia, cuyos límites están prefijados, el complejo mundo de sensaciones que despierta en mí volver a los días de mi infancia en Liétor.
  Sin embargo hay otro elemento que hace que ese día sea para mí muy especial. Ese elemento es que el día 30 de diciembre estará presente mi abuela Agustina. Mi deseo es que este acto sencillo se convierta en un homenaje a la persona sin la cual no habría ocurrido nada de lo que os estoy contando.
 He de confesaros que una sombra de temor me persigue estos días. No me preocupa que el libro no pueda gustar, asumo que haya gente a la que no le llegue la historia. La sensación que me acompaña es que me tendré que enfrentar a las personas que más se parecen a los personajes de la historia, será como ponerme frente a mi propia obra. Y sin duda son los jueces más severos.
  Un ligero atisbo de vanidad me envuelve cuando pienso que voy a presentaros una historia que ha nacido de mi mano. Que dificil resulta no caer en esta tentación, pero os confieso que no hay nada más lejos de mis deseos.
  Espero saber transmitiros la ilusión que siento, la pasión desbordante que me embarga al hablar de los rincones de mi infancia, de las gentes que me acompañaron, de todo aquello que forma los cimientos sobre los que he ido construyendo la persona que ahora soy.
  Un abrazo muy fuerte para todos los letuarios.
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